El día previo a mi muerte desperté desubicado en un salón que no conocía o no recordaba ¿Dónde estoy? Estaba recostado en un sofá color mostaza, mis manos posadas sobre mi pecho y mis pies algo dormidos por el tiempo que llevaba en esta posición, la edad pasando factura diría mi madre; a mi derecha había un pequeño sillón vacío, pero tenía un hundido, marca de que alguien había estado sentado ahí recientemente, estoy seguro de que si lo toco aún debe de estar caliente; primera observación, no estuve solo. Sentí mi frente y mis mejillas húmedas, ¿Qué es esto? ¿agua? ¿sudor? al parecer estuve llorando y hace mucho calor aquí, miro hacia la única ventana que hay al fondo de la habitación buscando una corriente de aire; pero lo único que encuentro es a mi hermosa Roma, todas esas viviendas de ladrillo, tan pequeñas, tan frágiles, tan llenas de historia, resaltando la majestuosa obra de arte que hay al fondo, la imponente cúpula de la basílica de san pedro, vaya que es un paisaje hermoso “la mia bella città”.
Escucho el crujir de la puerta al abrirse y a mi mente viene un recuerdo lejano de cuando mi hermano y yo jugábamos a las escondidas siendo tan solo unos niños y mi madre nos buscaba por toda la casa, cuando al fin nos encontraba ese era el sonido que hacia la puerta al abrirse y dejarla pasar; solo que esta vez por la puerta no entró mi bella madre sino una mujer distinta, una mujer joven, rubia, vestida elegante, que traía en la mano derecha una libreta y un bolígrafo y en la izquierda un vaso de agua -“oh, al fin se despertó señor Martinelli, que bien, aquí le traje agua para que se hidrate”- ¿Quién es esta mujer? ¿Por qué me conoce? - “¿Quién es usted?”- ella me mira con cara de confundida y se sienta en el sillón que hay en frente a mí, logro ver en su camisa un desprendible con el nombre “Elisa Camponeschi psiquiatra” miro de nuevo a mi alrededor y esta vez sí logro distinguir los diplomas, los cuadros, el reloj que daba las 2:00 pm; la disposición de la sala, ahora todo tiene sentido, estoy en el consultorio de una psiquiatra, pero, ¿Por qué? Una voz interrumpe mis pensamientos - “bueno, Francesco, me estaba usted contando sobre su hermano”- ¿Por qué iba yo a contarle a esta mujer sobre mi hermano? Pero en ese instante mi mente me lleva de vuelta a 1939, cuando aún estábamos bajo el mandato de Benito Mussolini, el hombre al que todos odiábamos, cuatro años después de la invasión a Etiopia por las fuerzas armadas, mi hermano y yo éramos tan solo unos niños disfrutando la vida y no comprendíamos porque todos se preocupaban por un pacto que había firmado este hombre con el lider de Alemania, un hombre cuyo nombre era causa de miedo, Adolf Hitler, el famoso Pacto de acero, que al siguiente año nos arrastraría a la Segunda Guerra Mundial; en medio de nuestra inocencia nosotros seguimos jugando mientras todos hablaban sobre el pacto de muerte que se firmó ese 22 de mayo. La Segunda Guerra Mundial; bombardeos, muerte, desesperación, almas dolidas, almas perdidas, almas vacías, nada más trajo esta guerra, solo dolor y perdida; mi alma se rompe en pedazos al recordar mi propia perdida, al recordar lo que me tocó vivir, al recordar cómo me fue arrebatada mi familia, el ver primero a mi papa como nos fue arrebatado por el simple hecho de ser judío y llevado a pagar por sus creencias con su vida, como si esta no tuviera valor, ver a mi madre sufrir cada día por él, ver el dolor en sus ojos, su agonía diaria y como al final la venció y con un par de sorbos de un frasco, el cual jamás tuvo que haber llegado a sus manos, también nos dejó, muchos pensaran que fue una egoísta al dejarnos solos y puede que lo haya sido, pero la ausencia es tan profunda que escudriña tu ser hasta encontrar lo que no sabías que tenías perdido y mi bella madre ya no tenía poder sobre su conciencia; mi hermano y yo, ahora huérfanos, en medio de una guerra mundial tuvimos que aprender a sobrevivir solos, él fue un padre para mí, me sacó adelante y me educó solo, él siempre tuvo un carácter muy fuerte y ese mismo carácter fue el que me lo arrebató, ese mismo carácter fue el que desafió a un militar alemán y este le disparó en medio de la calle, pude ver a través de mis ojos ardiendo de ira, como esa pequeña bala atravesó el corazón de mi hermano y pude ver en sus ojos como su alma se iba y dejaba ahí tendido en mis brazos un cuerpo sin vida, un inocente más, víctima de la maldad del ser humano.
Negro. Ya no veía nada más. Me ardían los ojos, pero cuando me los sobé y los abrí ya no estaba con mi hermano, volvía a estar en el consultorio de la psiquiatra ¿Por qué siempre despertaba ahí? Me levante sobresaltado pero perdí el equilibrio, a mis 80 y tantos años ya uno no podía hacer ese tipo de cosas; Salí caminando lo más de prisa que un viejo puede andar y me fui a casa, me desvestí y me acosté en mi cama, cerré todas las ventanas y todas las puertas y lloré por última vez a mi madre, a mi padre y a mi hermano y desee con todas mis fuerzas no despertar más, ni en la segunda guerra, ni en el momento en que mi hermano murió, ni en el consultorio de una psiquiatra, ni en mi cama, ni en ningún lado, desee solo dormir por el resto de mi vida y al parecer si existe un Dios divino, me escuchó y se apiadó de mí, porque efectivamente, no volví a despertar.